martes 9 de junio de 2009

Cicatriz en la frente dejada por un ovni en Manaus (Brasil)



Otro de los casos desconocidos u olvidados de la historia de las agresiones de parte de presuntos extraterrestres ocurrió el 6 de junio de 1969, en una barriada de Manaus, en la amazonia brasileña. Lo investigó el entonces corresponsal de la Sociedad Brasileira de Estudos de Discos Voadores en Manaus , Danilo du Silvan. Allí en una calle sin luz eléctrica y sin asfalto vivían el electricista Nicodemos Nascimento y su esposa, la profesora de primaria Ermelinda.

Hacia las 20:00 horas, la mujer percibió desde su choza un objeto luminoso sobre el fondo celeste estrellado y sin nubes. Se movió a gran velocidad acercándose hacia su rostro. “Se movió hacia mí como si le hubieran tirado de un hilo”, le dijo a Du Silvan.

Ermelinda, incrédula, se restregó los ojos dos veces seguidas y se apartó de la ventana donde estaba apoyada. Pero volvió a asomarse y se topó con el objeto luminoso más pequeño que un balón de fútbol. Intentó, infructuosamente, capturarlo con las manos, pero se escabullía girando sobre sus manos. La mujer llamó a su marido, Nicodemos, entonces con treinta años de edad, y, al acercarse a la ventana, eran dos los objetos allí ubicados.

Al contrario de lo que se podría imaginar, el matrimonio no estaba asustado. El hombre, con una toalla, intentó capturar una de las luces. Pero algo inesperado ocurrió: vino disparado hacia su rostro y le golpeó la frente. El otro objeto, que era un poco más grande, salió disparado hacia el sur, en vuelo ascendente, pasando antes sobre un castaño cerca de la ventana de la casa. El objeto más pequeño se esfumó en el aire después de atacar al electricista.

Danilo du Silvan entrevistó a la pareja el 12 y 13 de julio de 1969, es decir, poco más de un mes de lo sucedido. El esposo le describió los objetos con forma de anillo que emitían luminosidad plateada-azulada, que parecían girar internamente en círculos concéntricos. El objeto más grande debía tener unos 40 centímetros de diámetro y el más pequeño unos 30.

Lo más sorprendente es que el menor de ellos dejó una marca indeleble en la frente de Nicodemos, una señal en forma de “M” mayúscula invertida que desapareció tres semanas después. La impresión que tuvo la víctima era de que poseía muchas “telas de araña” cubriéndole el rostro.

Después del incidente, Nicodemos empezó a vigilar la noche, las estrellas. Tuvo sueños agitados y pesadillas.

Fuente: “Las luces de la muerte”; Pablo Villarrubia Mauso